Clementina una mujer de cabello largo, ojos saltones y un rostro adormecido por el trasegar del tiempo, se resiste a la perdida de la hoja del tabaco con el cual elabora rudimentariamente los chicotes. A pesar de su edad, enhebra perfectamente las agujas, no fuma, pero el tinto le hace recordar las épocas en que el maíz era fundamental para la alimentación diaria.
La vieja clema, añora las épocas del maíz blanco, amarillo y la magia que ocurría al convertice en enyucadas, almojábanas, mazamorra, mote, natilla, guarruz para consumir el día de la cruz y hasta para hacer chucula.
Clema sonríe permanentemente y nos cuenta que su mamá la colocada acurrucada y sobre una piedra grande para machacar el maíz con la ayuda de otra piedra mas pequeña, era hasta interesante pegarse un machacón en un dedo, pero como teníamos que alimentarnos terminábamos rápido para que mi mamá diera la orden de la comida del día: “hoy almorzábamos enyucadas, agua de panela y mote”, decía doña cuncia.
Nuestros vecinos eran unos negritos alegres y arrunchaitos, que trabajaban todo el día armoniosamente con un pilon, pilando maíz, eran más comprometidos con la tierra y les rendía el trabajo, hasta molían el maíz con un molino y también tenían molinillo que le daban muchos usos.
Clema cuenta como sus vecinos hacían mazamorra de maíz amarillo y le hechaban panela, nosotros hacíamos mantequilla con las natas de leche y las envolvíamos en hojas de plátano. El viejo Pedro, un moreno alegre y guapachoso se encariñó conmigo y por el solar de la casa me daba cariñitos, me obsequiaba enroscadas de yuca, a cambio, yo le entregaba mantequilla elaborada con natas de la leche.
Clema, continúa hablando sentada en una butaca y recuerda que su hijo Nicéforo le encantaba la pega de arroz, en cambio Alonso era dichoso comiendo calentado de frijoles, ósea, la comida que queda por la noche, se calienta en el fogón en las mañanas y es una delicia tragarse lo que sobro de las comidas trasnochadas.
Alonso es trabajador y brasero, Nicéforo, me daño una tabla de la cama y le puso seis cuerdas de alambre para formar una guitarra, para darle mejor sonido el muchacho la acondicionó con el nailo de pescar y como era zurdo se inventó una manera de tocar, porque solo hizo hasta quinto primaria, hoy lo llaman el zurdo de la mano de oro.
Clema recuerda que el viejo Pedro era muy acomedido, me prestaba el molino para moler maíz amarillo y luego le echábamos azúcar y lo convertíamos en chucula, ese era el recreo para los muchachos.
Que tiempos aquellos dice Clema, los domingos la familia de pedro, nos invitaba al solar de su casa, un patio grande donde la sombra la daban las matas de cachaco de su platanera. Éramos Como hermanos, compartíamos la deliciosa natilla de maíz, los muchachos se dedicaban a separar arbejas, frijoles y el maíz utilizando el balay, que es un cernidor, en donde limpiábamos las semillas de elementos extraños.
Clementina se levanto del butaco y dijo: “con esta achacadera que tengo no resisto estar sentada, antes me levantaba a darle la lavaza a los marranos para engordarlos, y que estos estuvieran listos en los días del Sanjuán y el Sanpedro; Ahora, no se puede tener grandes solares porque prohibieron las marraneras, ni siquiera se pueden tener pollos que los alimentaba a punta de maíz, todo esta industrializado, los puercos se alimentaban con un tal concentrado y los pollos también, carajo ahora la comida no tiene el sabor de antes”.
Bueno, mijo no lo incomodo más, replico la abuela Clema, me voy a reposar en el catre un rato para descansar mi espalda, recuerde muchacho: “nosotros nos criamos a punta de maíz”; no lo olvidare doña clema, que descanse, ella responde: “así sea”.